Me gustaría comenzar nuestra novena con una meditación sobre la fe de María, ya que la fe es una puerta de entrada a la relación con Dios. Permitidme leer primero un comentario de Teresita sobre la profecía de Simeón:
“¡Cuánto me hubiera gustado ser sacerdote para predicar sobre la Santísima Virgen!” “Para que un sermón sobre la Virgen me guste y me aproveche, tiene que hacerme ver su vida real, no su vida supuesta” “¿Por ejemplo, por qué decir a propósito de las palabras proféticas del anciano Simeón, que la Santísima Virgen tuvo desde aquel momento constantemente ante sus ojos la pasión de Jesús?” “Nos la presentan inaccesible, habría que presentarla imitable” …
Con estas palabras, Teresita nos invita a hablar de María como una persona sencilla, una persona que también hizo un camino de crecimiento en la fe. Os invito hoy a situarnos en esta dinámica. De hecho, aunque en la Anunciación María realizó un acto de fe decisivo al aceptar abrir todo su ser a Dios, esto no significa que tuviera una visión completa de lo que iba a suceder. Creció poco a poco en la comprensión de su fe. Como señala Teresita, el evangelio de la presentación de Jesús en el Templo lo confirma. De hecho, ante la acción de gracias profética de Simeón, la Biblia nos dice que María y José se asombraron, quedaron atónitos. En otras palabras, se preguntaron: ¿qué significa esto?
Esta incomprensión se repite cuando, tras buscar durante días a niño Jesús, lo encuentran en el templo. Tras encontrarlo, María expresó su asombro y lo que no entendía haciendo la siguiente pregunta: ¿Por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia. ¿Qué nos enseñan estas actitudes de María? Nos enseñan que María es verdaderamente nuestra madre y nuestra hermana. Con su actitud, nos hace comprender que la fe es una semilla que se planta, que debe germinar y luego dar fruto.
La progresión de María en la luz de su fe debe ser un consuelo para nosotros. Esta progresión nos muestra que María puede comprendernos mejor porque ha pasado por momentos de incomprensión por los que pasamos. Por experiencia, María nos invita a no maldecir las experiencias de fe que no comprendemos, a no maldecir nuestras crisis de fe.
No rechacemos estas situaciones a veces humillantes. Forman parte del crecimiento normal de la fe. No podemos llegar plenamente a la luz sin pasar por la oscuridad. Pero ¡cuidado! No rechazar estas situaciones que surgen de nuestra relación con Dios no significa que debamos pararnos. Estas crisis deben ser para nosotros un momento de fecundidad.
En esta experiencia de fecundidad, María sigue siendo un modelo para nosotros. Para crecer en su fe, hizo de las cosas que ella no entendía un tema de meditación y de cuestionamiento profundo. De hecho, como podemos ver, cuando tenía experiencias que no comprendía, María interrogaba a Jesús y luego guardaba los acontecimientos en su corazón, es decir, los meditaba.
Hermanos y hermanas, María nos está diciendo, por este mismo hecho que, incluso en nuestras dificultades de fe, no debemos considerar a Dios como un ser lejano. Dios es lo más íntimo de nosotros….
Por eso, en nuestros momentos de crisis, no tengamos miedo de hacerle preguntas, porque, como él mismo dijo, somos sus amigos, y en la amistad no hay secretos. Al interrogarle, dispongámonos también a repasar en nuestro corazón el fruto de nuestro intercambio con Él, a meditar su respuesta e incluso su silencio.
Esta determinación de acostumbrarnos a intercambiar con él nos ayudará a convertir nuestras situaciones en un auténtico camino de fe.
Que Nuestra Señora del Carmen, modelo de fe, interceda por nosotros.